lunes, 18 de enero de 2010

A veintidós grados

A veintidós grados
Que ocupa un espacio carísimo, lo sé,
que duele, también lo sé.
Lo percibo en cada poro cuando se desmaya
este faro pintado a franjas rojas y rojas.
Que me altera…
lo sé. Que me quema ingenuamente y sólo es tibio, lo sé.

Y aun así lo alimento
de panes de horno fino,
de fuagrás, mermeladas, almejas, solomillos y chorizo de pueblo.

Me espanta en los ocasos
y aun así le doy de beber
espumas frías, púrpura en cristales tan hermosos
como verdes tierras líquidas, como sus ojos
café y malta.

Me provoca en los amaneceres
vértigos que declinan ángulos imposibles, remotos
sin geometría que los sustente
a este lado del espacio, carísimo, lo sé
y aun así lo cubro cuando desea dormir
con mantas ligeras de cachemira, negras, profundas como el sueño
en el que maquina ocurrencias.

Lo sé
y aun así lo mantengo a veintidós grados.

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