viernes, 4 de diciembre de 2009

Hk 3

Aprendo a verte
cuando te miro sombra
mientras no llegas.

Serena luna
en la que te reflejas
feliz durmiente.

Líquida, pura,
vives en mis arterias
el fin del sueño.

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martes, 17 de noviembre de 2009

El Reflejo. II


Ahora se va,

desdibujado en un instante largo, lento
hasta formar la nube puerta del tiempo,
y regreso con el silencio, despacio,

hasta verte aparecer sobre el espejo del pasillo
con las manos llenas de un noviembre de jazmín,
café al sol tibio y pan con aceite.

Algunos gorriones,
y tu voz creando diminutos universos en los que vivo.

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sábado, 14 de noviembre de 2009

El Reflejo

Veo en el aire cuerpos desnudos
de átomos reinventados en directa relación,
sin distancias, sin espacios.

Iridiscentes,
a la luz que sólo ilumina lo opuesto;

engendrando universos diminutos en mosaicos/ admirables
que se reflejan en el espejo del pasillo,
y yo, sentado al sol, en la penumbra de los jazmines
viajo.

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miércoles, 5 de agosto de 2009

sábado, 1 de agosto de 2009

(sonido)
















(pincha la imagen para leer)



viernes, 26 de junio de 2009

Madrid no tiene complejos

La luz cayendo al atardecer de otoño impregnaba de misterio las pocas figuras que de vez en cuando cruzaban el pequeño puente. Se detenían un momento. Algunas apoyaban los codos sobre la barandilla dejando flotar la mirada en la suave corriente de púrpuras y verdes. Detrás, un grupo de cedros del Líbano sombreaba la pradera entre los caminos con tierra de albero.

- Prefiero la naturaleza ordenada de los jardines a la simple naturaleza.
- Sí. Madrid no tiene complejos.


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lunes, 22 de junio de 2009

El carnicero de Villón

- No lo sé - dijo Lucas Aspercot acompañándose de un gesto despreocupado.
- Me gustaría conocer la respuesta - contestó Aurelio Blof con la mirada fija en el techo.
La noche comenzaba a resultar fresca después de la húmeda puesta de sol. Una ligera brisa levantó los visillos acercando aromas de turba hasta el salón abierto al norte. Permanecieron un rato en silencio mientras ojeaban los periódicos, “La verdad”, y, “La luna”.
- Pienso que muchas veces las respuestas se nos escapan por estar mal formuladas las preguntas - comentó Aspercot sin levantar la mirada del diario. Y otras veces nos hacemos preguntas absurdas que no conducen a nada.
- ¿Usted cree? - preguntó Blof.
- Sin duda.
- Entonces, ¿usted piensa que hacernos preguntas para las cuales no tenemos respuestas a la vista es algo absurdo?
- Más o menos - admitió Aspercot.
- Si es así, resulta que somos estúpidos - replicó Blof.
- Más o menos.
- Y, ¿la necesidad de descubrir, de investigar, de conocer; dónde queda?
- Eso es otra cosa - dijo Aspercot -. La ciencia tiene sus caminos y su tiempo pero la filosofía es una trampa, un enredo. Hay que evitar la entrada a su laberinto en el que indefectiblemente nos perdemos. El arte es el mejor antídoto de la filosofía, plasma todo aquello que camina en nuestra imaginación. El arte orienta. La filosofía disipa, difumina los límites haciéndonos creer que es alcanzable lo inalcanzable.
Blof dejó de mala gana el diario sobre la mesa levantándose airado.
- Trabajamos bajo la razón, Aspercot, y la filosofía es razón. Proponer preguntas bien formuladas, lógicas, propias de nuestra inteligencia, eso no es absurdo aunque nuestro conocimiento actual no sea el suficiente para conocer las respuestas de forma inmediata. Hoy conocemos respuestas a preguntas que en el pasado podrían haberse considerado absurdas, como usted dice, y eso no significa que fueran planteadas por seres estúpidos.
- Sí, es posible - dijo Aspercot sin convencimiento.
- Por otro lado - continuó Blof -, no podemos olvidar nuestra parte emocional, espiritual, trascendente.
- De eso se ocupa el arte, la literatura, la música - apuntó Aspercot -. No hay más. Ni más tiempo ni más espacio que el ocupamos a cada instante. Se transciende en los otros durante nuestra existencia limitada. Hay que asumirlo. No hay nada ni nadie más.
- Si continúa leyendo el diario no hay modo de mantener una conversación - protestó Blof ante la indiferencia de Aspercot.
- No deseaba conversar - dijo Aspercot sin inmutarse -. Sólo era una reflexión.
Aspercot se encogió de hombros y continuó con la lectura. Blof parecía irritado, cosa que tarde o temprano sucedía en sus habituales encuentros, pero quizá demasiado pronto en esta ocasión. Sentían admiración mutua mezclada con dosis circunstanciales de celos. No de envidia, los dos habían superado tan embarazosa pasión. Los celos, celos de quienes captaban la atención del otro. Aspercot detestaba que Blof jugara interminables partidas de ajedrez con otros tertulianos, y Blof no soportaba que su amigo planteara sus nuevas ideas a otras personas sin abrirlas a debate con él.

Con disimulada indiferencia, Aspercot, observaba a su amigo por encima del diario sonriendo para sí. Se conocían demasiado y en esta ocasión iba ganando la jugada.
- Parece usted irritado, Aurelio.
- En absoluto - contestó Blof sin poder disimular su enojo.
- ¿La cena, tal vez demasiado pesada para usted?
- En absoluto. Estoy perfectamente pese a su empeño en añadir a la salsa de carne esas dichosas ciruelas pasas - dijo Blof en tono distante -. A veces me sorprende usted con su dudoso gusto gastronómico, Aspercot. Comentaré el tema de las ciruelas con el chef del Domain. Tal vez me diga que pueden ser excelentes para acompañar algún grasiento fiambre alemán.
Blof giró sobre sus talones dando la espalda a su templado amigo en un gesto de remate y comenzó a pasear por la sala canturreando una cancioncilla.
- ¿Cree usted que tendríamos una vida más feliz si conociéramos la absurda y recurrente pregunta “de dónde venimos y adónde vamos”? ¿Tal vez piensa usted que conociendo esas respuestas mejorarían en algo las relaciones humanas? - Aspercot hizo una pausa con tintes dramáticos dejando que el silencio se hiciera denso, y, concluyó su propuesta -. O, mejor, dígame usted, sin ceñirse a mis preguntas; qué piensa usted al respecto.
- Bueno - dudó Blof -, es algo natural hacerse ese tipo de preguntas. Está en la esencia del ser humano conocer sus orígenes y su destino. El hecho de no conocer las respuestas no invalida las preguntas.
- ¿No? En ese caso, ¿por qué no nos preguntamos si el carnicero de Villón va a matar esta noche a su esposa?
- ¡Es usted imposible! Esa pregunta es ridícula.
- ¿Usted cree? He notado cierto desafecto entre ellos estos últimos días.
- El cinismo no favorece en nada sus argumentos.
- La esencia del ser humano, dice usted; eso me suena a excusa aristotélica. ¿La piedra cae porque está en su esencia caer? La piedra cae atraída por la fuerza de la gravedad.
- Resulta algo simplista comparar al ser humano con una piedra. No estoy dispuesto a debatir sin aceptar los preceptos del conocimiento.
- De acuerdo - dijo Aspercot -. Pero todavía no me ha contestado usted si sería más feliz la especie humana si supiera de dónde viene y adónde va.
La expresión de Blof tomó un tinte reflexivo y esperó unos segundos para contestar.
- Lo sustancial de conocer o no conocer esa respuestas no es si seríamos más felices o no. Lo sustancial es el conocimiento en si mismo - hizo una pausa de orador -. El principio de anticipación. Buscar el conocimiento aunque no haga falta para una aplicación determina, eso es lo sustancial.
- Ya - dijo Aspercot sin entusiasmo -. Entonces dirá usted que cualquier cuestión es digna de nuestra consideración.
- Naturalmente - contestó Blof convencido -. ¿De qué otro modo podemos plantear el conocimiento si no es a través de la consideración de las posibilidades?
- ¿Estamos avocados a una infinita expedición en busca de lo desconocido?
- Tiene usted esa manía de contestarme con preguntas. Es obligado el conocimiento una vez dada la facultad de pensar que nos procura el cerebro. Es inevitable.
- Es absurdo. Me niego a conocer nuevas cosas. Me estorban muchas preguntas de las que desconozco sus respuestas, y por las que conozco no soy más feliz que un memo en su ignorancia.
La voz de Aspercot denotaba una firmeza inusual, acompañándose en su énfasis con dos palmetazos sobre la mesa.
- Me desconcierta usted, Aspercot, siempre unido al conocimiento y amanece usted con esta postura incomprensible.
- ¿Y, por qué tiene que ser comprensible? ¡Me niego a comprender! Y usted debería abandonarse al discurrir de la vida dejando su mente en merecido descanso.
Los nudillos de la señora Hiks pidiendo permiso para entrar en la sala interrumpieron la conversación.
- ¡Adelante! - dijo Aspercot malhumorado -.
- Si no necesitan nada preferiría acostarme - dijo Hiks mientras frotaba sus ojos llorosos con un arrebujado pañuelo blanco a la vez que daba sorbetones por la nariz.
- ¿Qué le ocurre Hiks? - Preguntó Aspercot desorientado.
- Malas noticias, señor - Dijo lastimera sonándose con el pañuelo, cosa que provocó un gesto de repulsión en Aspercot.
- ¿Qué noticias son esas para tanto llanto?
- Mi prima, señor. La mujer del carnicero de Villón ha muerto. La ha matado su marido esta noche.
- ¿Lo ve usted, Blof? - dijo Aspercot indiferente -, siempre acabamos siendo lo mejor que podemos llegar a ser.


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jueves, 21 de mayo de 2009

La invitación


Luís Luton había vuelto a Lavanda después de dos años de ausencia. Llovía, siempre llueve en Lavanda a las seis; refrescando los colores cansados de marzo hasta que toman la apariencia de abril. Sentado en el porche comenzó a revisar la correspondencia que el oficial de correos le había guardado. Realmente no tenía mucho que contestar, apenas una docena de cartas; dos de la Real Sociedad de Vibraciones, tres boletines del Club de la Orquídea, descartó seis u ocho tirándolas a la caja de las revistas viejas, y sólo dos fueron de su interés.

“Chicago, 1980. Estimado Luís, espero que hayas llegado a Lavanda sin dificultades; de otro forma me apenaría saberlo. En los próximos quince días a la fecha de esta carta podré reunirme contigo.
¿Has tenido noticias de Cornelio Veniman? Estoy impaciente por encontrarme con vosotros.
Un afectuoso saludo. Tu amigo, Anibal Hoc.”

Lutón sonrió para si con una ligera satisfacción.

“ Venecia, 1980. Apreciado Luís, te agradezco expresamente tu invitación a Lavanda. Estoy emocionado con la esperanza de encontrarme contigo y con nuestro buen amigo Hoc en la segunda quincena de abril y poder disfrutar con nuestras conversaciones en los parajes de Lavanda con su excelente clima.
A la espera de felices días recibe un abrazo, Cornelio Veniman.”

Decidió no contestar a ninguna de las dos cartas. Su retraso en la llegada a Lavanda hacía innecesaria la contestación ya que supuestamente ambos estarían ya de viaje.

- La habitación de la chimenea la ocupará el señor Hoc. Prepare la habitación del roble para el señor Veniman.

- ¿Desea flores en los dormitorios? - preguntó la señora Molson.

- Sí, por supuesto. Grandes ramos de flores - contestó Luton.

- Le recuerdo que el señor Hoc es alérgico a las flores.

- Gracias, Molson. Lo sé. ¿Puede prepararme unos huevos benedictine?

Luton escribió unas cuantas notas en su diario mientras iba tomando pequeños sorbos de un gran vaso de güisqui.

Los siguientes dos días resultaron espléndidos. La temperatura, la humedad, la luz, los aromas que caracterizaba a Lavanda estaban en su máxima expresión. A las once en punto del tercer día se presentó Anibal Hoc.

- Querido Luton, tienes un aspecto magnífico. Me alegra mucho verte de nuevo - dijo Hoc apretando con ambas manos la mano derecha de Luton con un excesivo entusiasmo. - Deseo cambiarme cuanto antes e ir a visitar la abadía. Seguro que la hiedra habrá tapado la cornisa del campanario. Recuerdo que cuando estuve en Hungría el año pasado encontré una torre en medio de un prado cubierta con una hiedra similar a la de la abadía e inmediatamente pensé en ti, en nuestro paseos hasta Conlmon charlando sobre los grandes secretos de vivir. ¡Que delicia querido Luton poder volver a estar juntos! Cuando recibí tu invitación se avivó en mi la ilusión por venir a Lavanda. Tu hospitalidad es siempre tan generosa. ¿Todavía está la señora Molson? Una gran mujer la señora Molson. Siempre alabo ante mis amistades su guiso de cordero. ¡Excelente! Pero, Luton, cuéntame, cuéntame cosas de tu viaje asiático. Asia, que hermoso continente. Estuve con una delegación de la Federación de Amos durante la primavera del sesenta y cuatro. ¡Que gran año! Fue el mismo año en que escribí aquel artículo sobre Kandisky, ¡que polvareda levantó! creo que es lo mejor que he escrito. ¿Has escrito algo nuevo? Estoy ansioso por leerlo. Te ensañaré mis nuevos poemas críticos sobre las tres gracias de Rubens y…

- Señor Lunton, ha llegado el señor Veniman - interrumpió Molson con gran alivio por parte de Luton.

- ¡Molson! Está usted radiante. Espero su guiso de cordero con verdadera ansiedad - dijo Hoc acompañándose de grandes risotadas.

- Señor Hoc - saludo Molson.

La vertiginosa palabrería de Hoc le aturdía. Siempre le había parecido un pesado egotímico. Su teoría sobre que nadie escucha a los demás a partir de los cuarenta años estaba más que confirmada con multitud de ejemplos, y había decidido reunir a los dos máximos exponentes de esa característica irritante que tanto detestaba.

Veniman entró en el recibidor como si volviera de un paseo, como si no hubieran transcurrido más de dos años desde la última vez que estuvo en Lavanda. Por todo saludo lanzó uno de sus pretenciosos chistes.

- Me han dicho que en esta casa no cobran por el alojamiento.
Hoc se convulsionó con una risa fingida a la vez que con los brazos en abanico se abalanzaba hacia Veniman.

- ¡Veniman, siempre el mismo Veniman!

- He tenido una experiencia muy problemática durante mi viaje - dijo Veniman intentando provocar expectación con una larga pausa.

Con una lentitud exasperante en su fraseo, que colmaba la paciencia de Luton y divertía a Hoc, continuó relatando una absurda peripecia que le había ocurrido en la estación de Conlmon.

Hoc aprovechaba las forzadas pausas dramáticas de Venimam para introducir una cuña sobre Rubens sin conseguir detener el recitativo monótono de Veniman .

Saltaba la conversación, caótica, de un tema a otro sin escucharse entre si con la presencia testimonial de Luis Luton que estaba disfrutando con el espectáculo de protagonismos que le ofrecían sus invitados. Preventivamente había tomado un par de pastillas ansiolíticas y dos buenos tragos de güisqui. Todo iba según lo previsto.


Anibal Hoc, un hombre grueso de espesa barba canosa y poco pelo, dirigía el Museo Alicia Trax de Arte Moderno, en Chicago. Su erudición sobre los movimientos artísticos de principios del siglo XX era sobrecogedora. Cualquier dato, cualquier pintor, cualquier anécdota formaba parte de su patrimonio de conocimientos artísticos. No obstante, a los ojos de Luton, resultaba un hombre de gusto vulgar. Jovial y desenvuelto en las relaciones sociales resultaba simpático nada más conocerle, pero, y esa era su peor cualidad en estimación de Luis Luton, era agotador. Enfático, gesticulante, alzaba la voz con un tono agudo ciertamente desagradable.

Por el contrario, Cornelio Veniman; de modales amables - cansinos sería más adecuado - hablaba con premeditadas e interminables pausas con las que pretendía generar una expectación a sus historias, ya fueran trivialidades o densas explicaciones sobre sus colecciones de las que presumía constantemente. El arte africano y precolombino ocupaban sus intereses, además del interés por si mismo.

La relación de Luton con sus dos invitados había comenzado de modo casual en un congreso de la Real Sociedad de Vibraciones, en Ciudad del Cabo . Con el tiempo había llegado a establecerse entre ellos un vínculo personal que, más por la sociabilidad de Luton que por placer, se había desarrollado más allá de lo que él imaginó en un primer momento. Había pasado buenos momentos con ellos, por separado; también había pasado momentos en los que hubiera deseado desaparecer o que desaparecieran ellos. La personalidad de sus dos invitados difería como la luz de la sombra, pero ambos eran vanidosos en extremo y tenían la misma patología, la egotimia. Esa penosa costumbre que barre a los otros de cualquier situación. Hablar de ellos mismos era el tema preferido en sus conversaciones. Y, cuando no hablaban de ellos en primera persona no dejaban hablar a los demás. No manifestaban la más mínima consideración hacia aquello que los otros tuvieran o desearan decir.

Hoc, al menos, era más divertido en sus manifestaciones y anécdotas. Repetitivo, gesticulante, incansable; hablaba a gran velocidad y se le trababa la lengua constantemente produciendo pequeñas salpicaduras de saliva. Causaba agotamiento como un día a pleno sol.

Veniman, por el contrario, resultaba de un espesura dramática. Minucioso, lento, tedioso; buscaba la palabra idónea en cada frase que al final resultaba no ser la más precisa después de todo.

La cena resultó soportable. A fin de cuentas estaban cansados del viaje y la sopa de higadillos con hinojo que había preparado Molson actuó como un poderoso relajante.

- He leído en el boletín que se han incorporado dos nuevos miembros a la Sociedad - comentó Veniman -, uno de ellos parece interesante; es un experto en gemología.

- ¿Gemología? - saltó Hoc.

Antes de dar lugar al inicio de nuevas peroratas, Luton, decidió levantar la sobremesa.

- Si me disculpáis me voy a la cama. Mañana iré temprano a Conlom para recoger un encargo.

- Es buena idea. Yo estoy algo cansado y debo hacer mis ejercicios de estiramiento. Son magníficos. El doctor Mulmal es un experto en fisioterapia. Desde que hago las sesiones me encuentro mucho más relajado y mi dura espalda parece más flexible - dijo Hoc estirándose al punto que apuraba la copa de vino -. No es como a los veinte, pero casi me siento como si tuviera treinta.

- Bueno, sólo aparentas sesenta - dijo Veniman con su inoportuno sentido del humor.

- Gracias Veniman. ¿Cómo va tu próstata? - repicó Hoc con sorna.

- Muy bien. Puedo orinar.

Amaneció con una ligera bruma con olor a heno. La carretera hacia Conlom estaba trazada junto a los acantilados de arenisca blanca serpenteando por cada una de las calas. A la derecha el mar brillaba a las primeras luces del este, a la izquierda los prados de hierba alta tomaban volumen en la planicie salpicada de rotundas yeguas recién paridas con sus potros. Luton condujo despacio notando el aire en el pelo mientras repasaba mentalmente su plan.

Aparcó bajo el cobertizo del Club de la Orquídea. Una bonita casa de madera roja con ventanas blancas era la sede del Club, en la que también vivía su presidente. Tras la casa, una hilera de invernaderos de cristal de medianas dimensiones guardaban los tesoros vegetales del Club. Flavio Box estaba descargando sacos con corteza de pino.

- Me alegra verte, Flavio - saludó Luton.

Flavio, octogenario vital, sonrío a Luton dándole una palmada en la espalda. Sus dos perros comenzaron a saltar alrededor de Luton manifestando su afecto con una serenata de ladridos desacostumbrada en ellos. Vivía para las orquídeas. Había fundado el Club cuando apenas tenía dieciocho años con la que después sería su esposa como secretaria. Con los años el Club aumentó sus miembros hasta los cinco actuales, el matrimonio Box, el oficial de correos, la señora Molson, y el propio Luton.

El señor Box se había ido quedando sordo con la edad y prácticamente no hablaba con nadie. De vez en cuando podía mantener una conversación de tres o cuatro frases con Luton, pero era rara la ocasión en que la conversación iba más allá. Flavio Box sacó de una bolsa una caja y de inmediato cesaron las cabriolas y los ladridos de los perros que se quedaron sentados y en silencio. Le entregó a Luton la vieja caja de zapatos atada con una cuerda de pita y se despidieron en silencio.

Alrededor de las siete, Luton, preparó unos cócteles. Veniman repetía la aburrida anécdota de la estación a la señora Molson que, con paciencia, simulaba atender mostrando interés. Hoc apabullaba a Luton con infinitos detalles sobre sus amantes.

La cena transcurrió sin novedades importantes. La constante y monótona voz de Veniman pormenorizando sus últimas adquisiciones y la estruendosa voz de Hoc, que aumentaba de volumen a medida que ingería vino, producían un caos ininteligible mientras la irritación de Luton iba en aumento.

A una indicación de Luton, Molson cambió de cafetera y sirvió más café en las tazas de Veniman y de Hoc. Al rato, el efecto del narcótico mezclado con el café desvaneció a Hoc que fue llevado entre Luton y Veniman hasta el sofá.

- ¿Qué le ha pasado? - dijo Veniman sorprendido en el momento en que se desplomaba sobre Hoc.

Luton sonrío. Era el momento de actuar. Desató el nudo de la caja de zapatos que le había dado Flavio Box en el Club. Sacó dos collares para perro, de cuero negro brillante con tachuelas y un pequeño artilugio adosado a la hebilla. Dos cables, de aproximadamente un metro, uno rojo y otro azul, con sendas clavijas en un extremo y rematados con una pequeña pinza metálica en el otro extremo.

Cuando Veniman y Hoc despertaron de su letargo estaban cómodamente sentados en dos butacas con brazos de madera de espaldas a la chimenea. Primero despertó Veniman que no pudo evitar, aun en el estado semiconsciente, una de sus frases pretendidamente ingeniosas.

- Parece que la velada no está resultando muy animada - dijo.

- Al contrario - dijo Luton, - yo me estoy divirtiendo mucho.

Al momento reaccionó Hoc con grandes voces protestando.

- ¿Qué pasa, qué pasa? - dijo Hoc zarandeando la butaca.

Luton había atado con cinta adhesiva las muñecas de los dos invitados a los brazos de las butacas. Les enseñó los collares de cuero y pausadamente fue colocándolos alrededor de sus cuellos mientras les informaba con ironía sobre la virtud de los collares. Protestaron y se revolvieron en las butacas sin poder zafarse de la cinta que los retenía. Luton, sin inmutarse, continuaba con la función.

- Bien, queridos amigos, atentos a lo que os voy a decir - dijo mientras conectaba las clavijas al artilugio de los collares.

- Esto es una broma de muy mal gusto - replicó Veniman indigando.

Una vez conectados los cables procedió a descamisarlos dejándoles el torso al aire. Luton, no sin cierta cara de desagrado, iba aplicando las pequeñas pinzas metálicas pellizcando las tetillas de los egotímicos que protestaban y se dolían a cada pellizco.

- Este aparato que tengo en mi mano - dijo mostrando un pequeño mando a distancia - tiene dos botones. Uno de conexión desconexión, y otro que da una orden para que suceda lo que vais a experimentar.

Luton apretó el botón y de inmediato ambos conejillos saltaron en sus butacas profiriendo unos ridículos lamentos de chiquillos asustados.

- ¡Ay, ay, ay! - chilló Veniman.

- Maldita sea, Luton, esto es inaceptable - dijo Hoc.

- Si mantengo apretado durante más tiempo el botón la intensidad y la duración de las pequeñas descargas eléctricas aumenta, como podéis notar - dijo sin apasionamiento manteniendo pulsado el botón.

Esta vez los aspavientos y las protestas aumentaron confundiéndose con los gritillos de dolor.

- He dejado café y unos pastelillos en la cocina - dijo Molson despidiéndose -. Buenas noches señor Luton.

La música de Mahler creaba una atmósfera muy diferente a la tensa situación que se estaba viviendo en la sala.

- Queridos amigos - comenzó Luton - he decidido tomar cartas en el asunto dado que vuestro comportamiento es inaceptable. Os quiero advertir, para evitar dolores innecesarios, que; mientras no considere que es vuestro turno para hablar no debéis hacerlo - dijo mostrando el mando a distancia -. Si deseáis decir algo sólo con decir por favor atenderé vuestras palabras, o no. Ya veremos.

Luton se paseaba por la sala dejando que la música le envolviera. Abrió los ventanales y la luz azulada de la noche se expandió por el espacio.

- Por favor - dijo Venimam sin poder resistirse a estar callado.

- Ahora no - dijo Luton mientras le ignoraba acompasando la música con los brazos al aire.

- Luton, esto debe acabar - insistió Venimam.

Por toda respuesta recibió una descarga de mayor duración que le hizo estremecer.

- ¡Maldita sea! - protestó Venimam.

Hoc, soltó una risita malvada al ver la cara desencajada de su compañero. Luton le miró moviendo ante sus ojos el mando mientras tarareaba las notas de Mahler.

- Os he invitado con la sana intención de corregir esa molesta costumbre de interrumpir constantemente a vuestros interlocutores, para corregir vuestra falta de consideración hacia lo que los demás dicen, y para corregir vuestras épicas manifestaciones vanidosas. Hablar de uno mismo es de mal gusto - dijo Luton en tono educativo y burlón a la vez que parecía buscar las notas de Mahler con el cuello estirado -. Molson - continuó - os proporcionará una excelente comida, y ya conocéis su magnífico café, con el que dormiréis como tiernos bebés las horas necesarias. Las butacas son cómodas. En principio el curso de reciclaje es de una semana, pero; si vuestra actitud no se modifica me veré obligado a extender los ejercicios hasta que considere oportunamente curadas vuestras malas costumbres.

Mayo fue pasando con ligeros aumentos de la temperatura. El sol de las tardes en Lavanda producía escenas de gran belleza sobre el valle. Junio tuvo mañanas de brisa suave y tardes serenas en las que los tres paseaban mientras Luton les recitaba a Cátulo, Aristófanes, Suetonio, Ovidio… y ellos escuchaban en obligado silencio. De vez en cuando les daba rienda suelta a sus dos pupilos para que pudieran expresarse sin restricciones. Septiembre doraba las laderas que acunaban el lago. Para el fin de año, Molson, preparó su apreciado guisado de cordero y la tarta de arándanos que tanto gustaba a Veniman. El grupo cantó cancioncillas navideñas. Hoc se animó a interpretar arias de sus óperas favoritas con la condescendencia de los demás ante sus desafinados trinos de castrati.

Luton les iba concediendo libertad de movimientos, aunque limitada. La nueva modificación en el sistema de los collares que había realizado Anibal Box funcionaba a la perfección. Ahora les producía descargas automáticas en el cogote cada vez que hablaban sin el beneplácito de Luton. Lo mismo sucedía cuando rebasaban el límite de doscientos metros alrededor de Lavanda con descargas de mayor intensidad y duración, insoportables.

Con los años, se fue estableciendo una extraña normalidad en la convivencia. Anibal Hoc murió en las navidades de 1995 como consecuencia de los excesos del güisqui y los asados de Molson. Veniman hizo gran amistad con Anibal Box y aprendió a cuidar su propio invernadero con ejemplares de gran belleza. Luis Luton falleció cinco años después con gran desconsuelo por parte de Veniman que había aceptado su condición sumisa, descubriendo en el silencio la potente sonoridad de la vida. La señora Molson heredó Lavanda y quiso liberar a Veniman del collar.

- No. Gracias Molson. No me lo quites, sólo desconecta la batería.

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lunes, 11 de mayo de 2009

Báltragas. Comercio internacional


El pequeño comercio junto al puerto olía a lejía. El suelo, de anchos tablones de madera cruda, clareaba por el agresivo fregado diario a que lo sometía la señora Esel.
- Adelante, adelante, pase usted - dijo la mujer sonriendo - ya está seco.
- No quiero molestar. Puedo volver más tarde.
- ¡Señor, señor Báltragas! Tiene usted una visita - gritó la limpiadora mientras recogía cubos y estropajos cerrando la puerta tras ella.
Víctor Durable la miró caminar como un pingüino alejándose por la calle con sus cacharros.
Sólo un mostrador de madera oscura. Una silla junto a la puerta de la trastienda. Ningún mueble más en el espacio. Sobre el mostrador un reloj de arena montado en bronce dejaba caer su fino hilo marfileño. Tras el mostrador, una chapa metálica sobre la que se podía leer:
“Báltragas. Comercio Internacional. Asia - Europa”.
La luz natural entraba por la puerta de la calle proyectando haces luminosos sobre la tarima hasta la puerta de la trastienda, cerrada, de cristal esmerilado, sobre el que estaba grabado al ácido, en semicírculo, “Báltragas”.
- Le estaba esperando, adelante - dijo con voz amable a la vez que le invitó a pasar con un gesto de la mano.
El despacho de Báltragas olía a marihuana. Sobre el suelo una alfombra de fibra natural trenzada. Un escritorio de nogal con cajones dobles a los lados. Sobre el escritorio, a la izquierda, un grueso libro encuadernado en piel de cabra y una estilográfica de carey y plata. Al otro lado un cenicero de latón. En una mesita auxiliar una jarra de cristal liso con dos vasos altos.
Durable se sentó frente al escritorio en una sencilla silla isabelina de caoba y rejilla. La butaca de Báltragas, armada en algún tipo de madera exótica y piel teñida en negro, chirrió levemente al reclinarse.
- Bien, bien. Y, ¿ya sabe usted la cantidad que desea?
- No. No sabría precisar. Esperaba que usted me aconsejara.
- Aconsejar siempre comporta un riesgo - dijo Báltragas a la vez que sacaba de un bolsillo una pitillera. - Riesgo para el consejero y para el aconsejado - apostilló.
Con un gesto de ofrecimiento, con la cajita de oro blanco abierta sobre su mano, invitó a un cigarrillo a su cliente. En un lado se alojaban una decena de cigarrillos liados con esmero y rematados con un filtro hueco. El papel de arroz tenia estampado en vertical su nombre. En el otro lado, encajado en el perímetro rectangular, un reloj con números romanos esmaltados en rojo y manecillas negras. El segundero saltaba regular de punto en punto. En el lugar habitual de la marca se leía una inscripción en latín, “
Tempus necat”. El tiempo mata.
Víctor tomó un cigarrillo. Fumaron en silencio durante un rato, ajenos el uno del otro. El efecto sedante inundó la sala.
- Podría comprar por un valor de trescientos mil - dijo Víctor convencido.
- Eso es mucho dinero - apuntó Báltragas -. Aunque puede resultar poco. Si se es hábil, o necio, se puede gastar cualquier cantidad de dinero. Nunca le parece suficiente al bobo, y siempre es demasiado para el bobo.
Víctor apuntó una sonrisa sin que indicara asentimiento o discrepancia.
- ¿Qué cantidad podría suministrarme por trescientos mil?
Báltragas dejó ir hacia atrás el respaldo meciéndose en su butaca. La mirada le había cambiado. Era más dura, más penetrante.
- Tal vez para un mes - dijo con sequedad.
- ¿Un mes? Había pensado para un año - replicó decepcionado Durable.
- Querido amigo, un año es mucho. Por ese precio solo puede acceder a un mes.
- Un mes no es suficiente - dijo con tristeza.
- Lo lamento, pero así está el precio hoy.
- ¿Y mañana?
- ¿Mañana? No tengo ni idea.
- Entiendo - dijo Víctor.
Báltragas cambió el tono de voz. Su mirada volvía a ser amable. Se levantó acercándose al desconcertado Víctor hasta ponerle una mano sobre el hombro.
- Venga, acompáñeme. Le voy a enseñar la mercancía.
La sala contigua al despacho era completamente cuadrada. Víctor Durable sintió frío. Sin ventanas, con las cuatro paredes cubiertas de estanterías de madera oscura hasta el techo. Cientos de tarros de cristal transparente, de boca ancha y tapa metálica roscada ocupaban las estanterías. Perfectamente alineados, todos idénticos. Todos aparentemente vacíos.
- ¿Todos tienen la misma cantidad? - preguntó Víctor.
- Cada tarro es de una semana - contestó Báltragas recorriendo el espacio con los brazos extendidos hacia las estanterías.
- Entonces, podría llevarme cuatro.
- Exacto - dijo el comerciante con cierta ironía.
- De acuerdo. Me llevaré cuatro - concluyó Víctor convencido.
De vuelta al despacho, Báltragas abrió el libro mediante la cinta de punto. Desenroscó con parsimonia el capuchón de la estilográfica dispuesto a escribir sobre una página en blanco.
- Sólo para mi registro - dijo con amabilidad - anotaré su nombre, la cantidad y su pago, por supuesto.
Con letra de pendolista fue anotando los datos con una lentitud que comenzaba a exasperar a Víctor.
- De acuerdo - dijo Báltragas cerrando el libro sonoramente -. Al contado, por favor.
Con una sonrisa excesiva y la mirada fija en los ojos de Víctor esperó el pago. En el momento en que todo el dinero estuvo sobre la mesa asomó por la puerta de la sala de los tarros un hombre robusto de mediana edad. Sin mediar palabra dejó sobre la mesa un paquete de papel azul marino atado con una cuerda basta.
- ¿Cuándo debo abrir los tarros? - preguntó Víctor.
- Cuando a usted le convenga. Esa es su decisión. Sólo puedo decirle que el efecto es acumulativo. Puede abrir los cuatro tarros a la vez o bien de uno en uno, como usted prefiera.
Al Salir, Víctor, observó que el reloj de arena continuaba con su hilillo de finos granos pálidos marcando el tiempo. Miró su reloj y tuvo la sensación de que apenas habían pasado unos segundos, tal vez ni eso, desde que entró en el comercio de Báltragas.
Durante la siguiente primavera la salud de Víctor Durable comenzó a empeorar como le había pronosticado el doctor Mágnus. Sentado tras los cristales de su gabinete se dedicaba cada tarde a leer tratados de ciencia y filosofía. En un estante de la librería, a su espalda, reposaban los cuatro tarros que un año antes le había comprado al extraño Báltragas. Lo recordó como un hombre delgado, de estatura media, de edad indefinida pero ya pasada la madurez. Dentadura perfecta como si el tiempo no hubiera hecho mella en el blanquísimo esmalte que hacia relucir la perfecta galería de sus dientes. Sintió un escalofrío al recordar la mirada de acero del comerciante Báltragas. Un intenso olor a lejía le inundó los pulmones. Era el aroma del escalofrío final que acudía por sorpresa.
- No creo que pase de esta noche - comentó Mágnus -. Su estado empeora por minutos.
La hermana de Víctor asintió con la cabeza a la vez que se apoyaba en los brazos de la enfermera Brick.
- Parece dormir - dijo su hermana con tristeza.
- Ha entrado en coma - sentenció Mágnus.
La enfermera Brick llamó la atención de Mágnus.
- ¡Doctor, doctor, parece que quiere decir algo!
Con una gran fatiga en los ojos, Víctor se incorporó en la cama y comenzó a mover los labios.
- ¡Los tarros, los tarros! - acertó a decir señalando hacia la puerta contigua del gabinete.
- Complázcale - dijo Mágnus -, probablemente sea su última voluntad.
La hermana de Víctor corrió hacia el gabinete y tomó apresuradamente los tarros entre sus brazos. La gruesa alfombra de lana había formado un pliegue determinante para la vida de Víctor Durable. Al tropezar con la alfombra cayeron al suelo tres de los cuatro tarros rompiéndose en el acto. Sólo uno se pudo salvar. Llegó a la cabecera y puso el tarro entre las manos de su hermano. El ruido de los cristales rotos aumentó la ansiedad de Víctor, que con las fuerzas huyendo, apenas pudo indicar a su hermana que destapara el tarro y se lo acercara a la cara. Así lo hizo ante las miradas expectantes del doctor y la enfermera.
De inmediato las facciones de Víctor Durable comenzaron a suavizarse. La dura tensión de sus músculos se tornó relajada mientras la piel tomaba un color saludable a la vez que recuperaba el brillo de sus ojos.
Los siguientes siete días fueron tal vez los más felices en la vida de Víctor Durable. La salud le asistía. Notaba firmes las piernas, la cabeza despejada y ágiles sus pensamientos. Con una vitalidad mayor de la acostumbrada en él parecía disfrutar de cada instante. El doctor Mágnus comentó con las dos mujeres su desconcierto. Ninguno podía explicarse la recuperación de Víctor, salvo el propio Víctor.
A los siete días de abrir el tarro, Víctor Durable falleció sentado bajo el tilo del jardín. Su hermana encontró entre sus manos un sobre abierto con un nombre y una dirección, “Báltragas Comercio Internacional. Puerto de Marsella”. En su interior una nota escrita con letra clara y cuidada: “Debí haber comprado más”.



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viernes, 24 de abril de 2009

Madame Tic


- Es usted un intrigante, Efelbus - dijo sin ningún énfasis.


Darío Efelbus esbozó una mínima sonrisa sin levantar la mirada del cigarrillo que estaba liando entre sus dedos. Los puños de la camisa, ligeramente rozados, le quedaban cortos sobre sus muñecas de hueso largo y piel blanca con gruesas venas marcadas en violeta de pascua.

- ¿Realmente cree usted que ella tiene una doble vida?
- Sin duda.

El cigarrillo prendió, y Efelbus proyectó una bocanada densa de humo blanco sobre el velador que se expandió como una neblina de amanecer.

- Tiene usted esta detestable costumbre, Efelbus - protestó Malson arqueando las cejas.

- ¿Intrigar o fumar? - preguntó Efelbus sabiendo la respuesta.

Malson se limitó a desviar la mirada de los penetrantes ojos grises, casi cristal, del cínico Efelbus.

- Doble, triple… incesante, querido Malson. La vida de Laura Tic es una duplicidad constante. En nada monótona como puede comprender. ¿Le parece a usted interesante la señora Tic?

- ¿Interesante? - dijo Malson con una fingida despreocupación - No sabría decirle.

- ¿Atractiva, quizá?

- Sí, sin duda.

- A las ocho tengo una cita en su casa para resolver un negocio. Si le apetece acompañarme podría presentarsela formalmente.

La casa, en el barrio de moda, presentaba tras las rejas de forja negra una fachada de piedra caliza con tonos rosáceos y grises. Las ventanas, opacas por las cortinas de terciopelo negro, producían curiosidad por conocer los movimientos y el alma de los habitantes del número diez de Álamos Negros. Sobre el pilar izquierdo de la verja una placa de latón brillante con letras grabadas componía en dos líneas:
“Madame Tic. Ilusionista”

El hombre joven le recibió en la puerta. Alto, delgado, muy delgado, rubio de melena lacia, ojos carbón, pálido, alsaciano; parecía desplazarse más que caminar. Le reconoció de inmediato acompañándole hasta una salita entelada con grandes flores estampadas sobre seda negra. Con voz plana invitó a Jorge Malson para que se acomodara en la espera.

- Estimado Jorge, me alegra verle de nuevo.

- Madame - acertó a decir Malson ante la radiante figura de Laura Tic.

En la primera visita apenas hubo tiempo para intercambiar los acostumbrados formalismos de presentación. Efelbus se retiró con la señora Tic a despachar sus asuntos, y sólo después de la espera, en la despedida, se propició un nuevo encuentro. - Estaría encantada en mantener una larga charla con usted, señor Malson. Lamento no poder atenderle adecuadamente. El señor Efelbus ha ocupado todo mi tiempo disponible por hoy. ¿El martes le parece bien? - dijo ella sin que al parecer hubiera otra opción que aceptar aquella orden sugerida. Malson aceptó satisfecho la invitación.

- Su amigo Efelbus me ha hablado de su pasión por la música.

- Una pasión que lamentablemente ha remitido a la vulgaridad de una profesión - replicó Malson con cierta tristeza.

- ¡Oh! No diga usted eso, Jorge. Seguro que su pasión nunca será vencida por la ocupación, muy digna por otro lado, de pianista de café.

Aquellas palabras pronunciadas por otros labios, con otra voz, hubieran parecido una afrenta a cualquiera. Dichas por Laura Tic resultaron una deliciosa herida.

La luz de la habitación fue convirtiéndose en crepuscular, lentamente, por algún medio que Malson desconocía había quedado reducida a una leve iluminación prácticamente centrada sobre la sofisticada figura de madame Tic. Sentada en el sofá resultaba fascinante contemplarla con aquel traje de satén azul cobalto recortada en la penumbra.

- Entonces, querido Jorge, ¿cuál es su ilusión no conseguida? Dígame.

Malson se mostró algo incómodo ante la pregunta directa. - “Qué demonios, a fin de cuentas es a lo que he venido” - pensó.

- Tener un perro de aguas escocés. - Dijo con resolución.

- Querido Jorge, eso es fácil. - Apuntó condescendiente - Pero lamentablemente yo no puedo ayudarle, detesto los perros de aguas. Y, en cualquier caso, puede hacerse con un ejemplar en la protectora de animales del Parque Town. Mis habilidades son otras, muy diferentes a los caprichos.

Malson se percató de su fatal ocurrencia. El tono de Laura Tic era una advertencia severa.

- Lo lamento madame. Sinceramente lamento mi torpeza. Espero que pueda comprender, es mi primera vez. - Dijo turbado -.

- Relájese, Jorge. - Contestó ella tomándole las manos entre las suyas. - Comprendo. Pero comprenda usted que nada material es lo que yo puedo ayudarle a conseguir. Ni un céntimo. Ni una amante. Ni un empleo mejor. Eso no son ilusiones, acaso necesidades, tal vez deseos; pero no ilusiones. Los caprichos y las necesidades no están a mi alcance, sólo las ilusiones, las verdaderas ilusiones son de mi interés. Ilusiones que por su ausencia nos procuran una vida terrible, vacía, molesta, triste. Las necesidades se alcanzan con determinación, o no son tales necesidades. Los deseos, esos implacables impulsos de falsas apetencias, disfrazan las ilusiones. Y los caprichos, ¡ay, los caprichos! esas pequeñas vulgaridades tan mezquinas, tan feroces que matan llevándose con ellos la esencia de la ilusión, son sólo un espejismo efímero, un engaño tortuoso.

Jorge Malson se sentía empequeñecer poco a poco ante las palabras de Laura Tic. Su mente, en blanco, no acertaba a encontrar una verdadera ilusión que poder nombrar. Encontraba aspiraciones, caprichos, necesidades… pero según el esquema de madame Tic ni una ilusión a conseguir. Nada que realmente pudiera engrandecer su espíritu. Comenzó a sudar mientras notaba que la camisa no se pegaba a su espalda. Un frío de tristeza y soledad le empañaba la mente. Quiso huir de aquella situación como del diablo.

- Permítame - dijo levantándose - tengo cosas urgentes que atender. Quizá en otro momento podremos continuar. Si me disculpa. Buenas tardes.

Malson saludó con la cabeza despidiéndose de Laura Tic a la vez que se apresuraba hacia la puerta.

- Claro, no hay problema querido Jorge. - Dijo ella con una sonrisa en sus labios granate.- Los quinientos euros puede dárselos a mi ayudante.

- Sí, por supuesto. - Dijo ausente.

La sala quedó iluminada con una luz que a los ojos de Malson resultaba demasiado blanca, fría y dura como la de un foco.

La recaudación de la noche en el “Street Jazz Club” no había resultado de las mejores. Jorge Malson terminó su actuación con la acostumbrada despedida y el público respondió con la inercia de unos tibios aplausos.

Sentado en una mesa retirada le esperaba su amigo Efelbus liando un cigarrillo.

- Es usted un intrigante, Efelbus.

- Sí. Sin duda querido Jorge.

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martes, 7 de abril de 2009

Elias Bok


- ¡Emily, Emily, dónde están las llaves Emily!

La voz de Elias Bok tenía un tinte de angustia y obsesión. Con su limitada movilidad parecía una criatura afligida entre el espacio abarrotado de muebles, cosas, bultos, paquetes, libros, desniveles en un suelo de pizarra negra que reflejaba los rojos momentos de una tarde seca de marzo.

- ¡Maldita mujer sorda, estás sorda Emily, cada vez más sorda. Emily!

Iba y volvía sobre sus pasos, tropezaba, resoplaba sonándose en un enorme pañuelo amarillo que ocasionalmente empleaba para quitar el polvo de las pilas de libros. Maldecía constantemente a Emily, blasfemaba y tosía. Le faltaba aire y se dejo caer sobre una silla mientras tomaba aliento.

- La señora Bok ha salido al jardín.

Ana, la doncella adolescente, sentía ternura por aquel anciano vestido con una docena de prendas superpuestas sin orden. La camisa de franela azul oscuro, sobre el batín de seda estampada, era la cima de los ropajes que hoy vestía en un abultado caos.

- Ana, hija, ve a buscarla y pídele las llaves de la caja.
- No me atrevo señor, está dormida junto a los geranios.
-¡Pues me da igual. Despiértala!
- Sabe que a mi no me dará las llaves, y se enfadará conmigo.
- ¡Maldita sea! Iré yo.

Elias Bok se incorporó de repente con tal mala fortuna que la silla hizo un extraño y cayo con todo su peso sobre la mesita de caoba con el sifón y el vaso de plata que siempre utilizaba.

- ¡Señor, señor, se ha hecho daño; dios mío, se ha hecho daño!

Bok gemía con una pequeña brecha sobre la ceja izquierda que le había producido el pitorro del sifón.

¡Despierta a esa maldita mujer!

Ana salio corriendo hacia el jardín, y en un instante estaba de vuelta en la puerta del salón gimoteando mientras se tapaba la boca con el delantal arrebujado entre los nerviosos dedos.

¡Está muerta, está muerta! - acertó a decir entre llantos de chiquilla asustada - ¡La señora está muerta junto al pozo!

¡Rápido, rápido, las llaves, quítale las llaves! - dijo Bok con una media sonrisa cruzada por un hilillo de sangre.

Toda la ilusión de Elias Bok en los últimos veinte años se había reducido al rato que cada tarde pasaba jugando con el contenido de la caja de caoba. Una arqueta elegante, con una taracea de boj en la boca de la cerradura, en la que guardaba el tesoro de su vida.

Cada tarde, a eso de las cinco, Emily le daba las llaves mezcladas en una anilla de latón, una docena de llaves aparentemente todas iguales pero sólo una abría la caja. Ahí empezaba el juego, iba probando llave a llave seleccionando y apartando las que no abrían entre sus dedos artríticos. Por fin, a veces tardaba varios minutos, acertaba con la exacta; entonces se encerraba en el gabinete disponiéndose a disfrutar con el contenido de la caja.

La abría con mimo y durante algo más de una hora resucitaba en él la ilusión. Jugaba a ser lo que fue, a lo que no fue pero estuvo cerca de ser, a lo que fueron otros que admiró. Jugaba al amor, al vértigo, a ser capitán de barco, buscador de oro, amante audaz, padre e hijo. Anarquista, bandolero, poeta y hombre. Así, hasta que los estridentes golpes en la puerta de cristal y la aguda voz de Emily le atosigaba con un ¡vamos, vamos, ya está bien, cierra la caja; la cena está lista!

Aquella bruja llamaba cena a una sopa huérfana de guisantes y una rebanada de pan tostado.

- Déjame un rato más - suplicaba Bok.
- ¡No! - siempre aquel no hiriente y seco que se le clavaba como un estilete.

- ¡Está muerta, está muerta; no puedo tocar a la señora!
- Maldita muchacha, no seas simple; no la toques si no quieres pero tráeme las llaves de una vez, ya son las seis pasadas.

¡No puedo señor, no puedo! - repetía Ana inconsolable.

Le dolía el tobillo. Intentó ponerse en pie pero el enredo de ropajes y el dolor se lo impidieron volviendo a caer sobre la pizarra. La doncella al verle decidido a salir a por las llaves se recompuso y en un acto de valor decidió ir ella.

- Ya voy, señor - dijo compungida, y una sonrisa de agradecimiento juvenil iluminó el rostro de Elias Bok.

Al poco rato, que le pareció una eternidad, apareció la buena de Ana con noticias sobre las llaves.

- No están las llaves - dijo.
- ¡Cómo que no están las llaves!
- Sólo está la cadena enganchada a su cinturón, con la anilla pero sin las llaves.

- ¡Maldita sea! ¿Has mirado bien?
- Sí, sí señor. La señora está sobre el pretil del pozo, boca abajo con los brazos dentro del pozo y cuelga la cadena de su cinturón sólo con la anilla

Ana comenzó a llorar de nuevo con un hipo espasmódico. Bok hizo lo imposible y ayudado por la joven llegó hasta la boca del pozo. Ahí estaba Emily, desmadejada, vestida como siempre con su hábito marrón ceñido por el cuero ancho del que colgaba la cadena de plata. Inspeccionaron los alrededores del pozo, entre los geranios y la hierba, pero no encontraron nada.

- Muévela un poco - dijo Bok.
- ¡No, no, ni hablar, yo no toco a la señora¡

Bok empujo con suavidad el cuerpo de Emily que cayo al suelo aplastando un grupo de geranios ante el horror de Ana que no paraba de dar gritos contenidos por el delantal.

Sobre el pretil, dónde había estado el pecho de Emily, una llave brillaba a la ya poca luz de la tarde. Bok, entusiasmado, pensó que encontraría las otras; o tal vez aquella fuera la llave, la única que le interesaba. Si no era la llave él sabía que suponía el fin de su ilusión. Ya no podría abrir la caja y jugar con sus recuerdos, no podría dejar que inundaran el gabinete con sus voces y aromas, con sus figuras y sus huellas.

Un hombre de la funeraria advirtió algo en un saliente de la pared del pozo. Era otra llave que, al intentar sacarla con una percha, se descolgó hasta el fondo del pozo perdiéndose en la profundidad del fango.

- ¡Maldita mujer, ha ido tirando una a una cada llave. Ha notado que le llegaba su hora y ha querido torturarme hasta el último momento!

Pasaron los días hasta el invierno y Elias Bok se encerraba cada tarde a las cinco en su gabinete. Ana le llevaba un tazón de frutas, queso y vino, y jugaba a no abrir la caja mientras paseaba entre sus dedos la plateada llave. Ya no le hacía falta, había aprendido a vivir sin recuerdos.


viernes, 13 de marzo de 2009

Autómatas

Esta tarde los autómatas se han quedado encallados
repiten
sin ton ni son
fragmentos de aburridos movimientos mecánicos
repiten
al tuntún
el soniquete monótono de lata desafinada,
giran un cuarto, se paran, giran un cuarto,
giran hieráticos sin cintura
los leñadores de este bosque de lápices,
y yo me voy a ver un estriptis.

lunes, 23 de febrero de 2009

Espero

Me libero de la razón y espero

duelen los propósitos que no crecen,
los primeros asoman formas triviales
sólo apuntes en conflicto, elipses
en baile de distancias y tiempos;
cerca, ahora, lejos, anchas, suaves, bruscas,
flotan hasta el círculo apacible

espero

sobre el espacio llueve luz, y espero.


martes, 3 de febrero de 2009

Nuevo azar


Hoy me pienso nuevo azar

inestable, sin cartílagos ni huesos,
sin envoltorio ni presencia. Distraído
con el silencio virgen que me causa
ser dominio consciente de la nada.
Sin miedo,
porque nada conozco.

sábado, 31 de enero de 2009

La luz en que me desgasto









"El farol".
Fabian Perez


Esta duda que me mantiene

en vigilia de conjeturas
sin vislumbrar formas netas.
Esta siempreviva infinitud,
que mantiene mi edad dulce
sobre la discrepancia,
prende en mi la estabilidad
entre los polos de horas binarias.
Esta mágica noción
en la que me reconozco vida
de una extravagante memoria
se me antoja capricho
de inverosímil presencia. Yo
en serena disputa permanente
con la luz en la que me desgasto.


jueves, 29 de enero de 2009

El poema absoluto











¿Qué marca el perfil de un poema? Pienso que a día de hoy los límites, si los hay, son cuando menos muy amplios en el boceto que dibuja lo que damos en llamar poema. No me atrevo yo a sacar de la cesta de los poemas ninguno que alguien haya definido como tal, aun a nuestro pesar. No se si cabe hablar de “poema absoluto”, en mi opinión actual no.

El academicismo. Tampoco diré yo que hay que acabar con lo académico. Pero, si digo que lo académico siempre va por detrás de los estímulos que pueden inducir aportaciones de nivel en la disciplina de que se trate. Otra vía de debate sería cuestionar si en una disciplina determinada -ya que no todas se rigen por los mismos parámetros de unificación- es necesaria la acumulación de las fases atravesadas en su historia para llegar al último estado. Quiero decir, ¿ha sido necesario el paso por todas las fases de la expresión pictórica para que en un momento determinado apareciera el concepto de cubismo? Pienso que no, que no es necesario un conocimiento acumulativo, sucesivo, para llegar a un estado de la forma en la pintura, y así en otras disciplinas como la poesía.

Podría poner ejemplos al respecto sobre la naturaleza de la literatura en este mismo sentido, pero he preferido esta reflexión sobre la pintura para evitar dejarme fuera, y no ser riguroso por mis limitaciones y las de este espacio, modos de literatura y concretamente modos de poética que a cualquiera de nosotros nos vendrán a la memoria en cuanto queramos analizar esto que comentamos. No obstante ¿fue necesario el modo previo de poesía del siglo XV para haber llegado a la poesía de Whitman y utilizar una versificación no usada anteriormente? ¿Hinojosa hizo poemas? Whitman apostó por una “literatura democrática” y otros aspectos nuevos desconocidos por todos hasta entonces.
Cuando escribe:

“Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros
y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena...
y que el escuerzo es una obra de arte para los gustos más exigentes...
y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio para todas las máquinas.
Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás el origen de todos los poemas.”

seguro que colapsó muchas mentes.

Cuando Hinojosa, de tradición simbólica, se despega de su generación con “poemas en prosa” de corte surrealista, ¿está escribiendo poemas? ¿está escribiendo poesía? Siempre me ha parecido una entelequia lo de “poema en prosa” o “prosa poética”.

Abogo por el campo interminable de la creatividad, que nada la limite. Otra cosa será, problema de los taxonomistas, dónde colocar lo creado.


miércoles, 28 de enero de 2009

Ocupemos el planeta










La consigna imperante en el éter, por encima de cualquier otra, dice: “Volvamos a la naturaleza”.
En todos los casos de acción humana subyace una cláusula de estigmatización contra quienes incumplen con el respeto debido al Planeta.
La realidad se manifiesta clara ante el resultado de miles de años de civilización. Aguas, atmósfera, tierras, se han visto afectadas por las manifestaciones humanas en transformación continua. Freeman Dyson, científico al que le tengo un prudente respeto y una prudente distancia, dijo hace años con respecto a los recursos disponibles en el planeta que “parece como si nos hubieran estado esperando” para poder llevar a cabo las aplicaciones mecánicas y energéticas del desarrollo. Con esta idea insinúa la mano de un creador que ha provisto la despensa para unos seres vivos que proyecta ocupen valles y montañas, ríos y mares, atmósferas y vacíos. Me resulta una concepción que, si fuera así, supondría la justificación absolutoria por tomar lo que en la despensa se nos brinda, sin procurar una restitución compensatoria, y sólo hasta dónde las posibilidades nos permitan en conciencia y conocimiento. Mi opinión es muy distinta, la especie se ha adaptado en base a lo disponible y ha dado utilidad y función generando así una visión de despensa bajo demanda según ha ido necesitando en su imaginario intelectual, respecto a lo social, lo cultural y lo emocional. Sea cual sea el misterio del origen no cabe duda de que la merma del Planeta es patente.

La tecnología es propia de la especie, desde la ingeniería del lenguaje a la física cuántica. Y, ahí, o nos paramos o admitimos sin culpabilidad el movimiento continuo. Me disgustan las imágenes que contemplan al Planeta como un “ser vivo”, las voces catastrofistas que amenazan con la respuesta del planeta a las acciones de la especie en modos apocalípticos, y, más las que pretenden generar culpabilidad causal de nuestras acciones frente a posteriores generaciones. Estas imágenes intelectuales conllevan una carga de apreciación errónea ya que asignan un fin a nuestra especie consecuencia de un viaje eterno hacia lo desconocido. Premios y castigos.

En qué momento debería la especie haber tomado conciencia de estos hechos que hoy nos preocupan al estar frente a nuestros ojos. No es una pregunta, ya que no tiene respuesta, porque está mal formulada. No hay momento cero en la conciencia de la especie más allá del momento que marca la inestabilidad en los premios y castigos, ahora no intelectuales, y sí puramente de proceso económico. Depredadores y herbívoros. La transacción ya no es tú me das yo te doy. Ya no hay equilibro suficiente para mantener en constante ascenso una economía de producción y consumo satisfactoria a todos los humanos sin contemplar un proceso de mínimos que conjugue todas las entidades de la especie sin restricción alguna. Ahora, sin remedio, los grandes depredadores deberán pedir ayuda a los herbívoros. Y, los herbívoros deberán adoptar en sus mentes una fortaleza universal con la que eludir la presión que sin duda ejercerán - y ya la están ejerciendo - los grades depredadores para crearles una conciencia estúpida en la que ellos, los herbívoros, a fin de cuentas aparecerán como los culpables de la falta de hierba. Lo peor puede amanecer como una nueva historia natural con lo salvaje domesticado a favor de lo feroz.

Yo propongo “ocupemos el planeta”, y eso sí; desarrollemos un conocimiento intenso de sus acciones, desgaste y consecuencias para tratarlo como lo que es, un sistema en continuo proceso de cambio ajeno a la voluntad humana sobre el que evidentemente esa voluntad actúa, pero, siempre además. A este sistema, planeta, le quedan unos cinco mil millones de años antes de que inicie otro proceso en el que no cuenta con nosotros. O sea, debemos superar a la naturaleza en sus ciclos de tal modo que la diferencia entre lo natural y lo artificial no sea. Un bolígrafo es tan natural para la actual generación como una brizna de hierba. Nada que sale de la creatividad del ser humano es menos natural que un átomo de carbono.

Tal vez lo más propio y vertebral de la especie sea la imaginación, el poder de abstracción sobre lo concreto hacia lo improbable, lo invisible, lo nunca sucedido. Ahora más que nunca, cuando la ciencia despliega toda su potencia a favor del equilibrio con los vértigos del desequilibro a cada lado de la senda; ahora más que nunca necesitamos de la potencia intelectual de los artistas y los poetas. De los creadores sin objetivo, de los príncipes del sueño estelar, para entusiasmarnos entre todos con la vida que viene cargada de la dramática maravilla del magma que crea y destruye.




martes, 27 de enero de 2009

La prevalencia del infinito












Sobre la esfera madura

apenas cansada en el giro celeste
ruedan alelados como insectos
inspectores de la razón
con los pastores de la verdad tropezando
en una liga absurda. Tozudos
pretenden crear monolitos imperecederos
que construyen rígidos con balcones,
monolitos extremos
desde los que se despeñan
la razón y la verdad
en vértigos de ausencia
hacia las marismas de lo extraordinario.
Nada puramente racional vendrá
para poder atravesar los velos sutiles
que no sea de la mano imprecisa
de los poetas sumados al arte ciego
del que saldrán fibras de la nada,
duras, sin forma definidas
para reclamar la vida, y de ella, su forma.
Un lugar sin espacio
donde en la duplicidad subsiste lo propio,
lo único, lo diferente en sustancia y sentido;
donde todo se duplica hacia el infinito prevalente.


viernes, 16 de enero de 2009

Las maravillas de lo invisible









Siento nostalgia de lo que no preferí
por lo que no mantuve teniendo que decidir
a favor de sus contrarios. Lo inesperado que no alcancé

subordinado a lo convencional. Las líneas.

Hoy que clarea la noche en gris
percibo mi sombra ligera, desvanecida en mi cuerpo
y mi cuerpo ligero disipado de peso resuelto a vapor.
Hoy quizá pueda descifrar todo lo que no elegí
zafarme de lo definido,
pasear riberas de afluentes que no visité.

Esta sombra de luna…

Será el indicio de lo que soy. Ser pegado al suelo.
Materia entre materia dibujada en perfil
que me recuerda y se antepone al soñar perpetuo.

Esta sombra de luna no me lastra hoy que clarea
y me favorece a descubrir el mundo flotante
entre las maravillas de lo invisible.


("alcancé" es parte del verso anterior, pero no hay forma de colocarlo bien!)





jueves, 8 de enero de 2009

La paciencia de la materia












Miro como castiga el tiempo los deseos
- hoy ya débil su brillo se ciega -
semejantes a estrellas en combustión
agostadas en latidos menores
pausada ya la sangre torrente
ahora sólo fuente entre luces y sombras
de amaneceres y crepúsculos serenos
en los que se adormecen en dilución
los anhelos que fueron impacientes lidias
hacia un más allá que nunca acababa,
un horizonte y otro sobre la esfera
en giro sublime pisando flores y aliagas
ilusionado en perpetua emoción
tras la novedad de un sol enigma.
Amanece otoño junto al ciprés
sin el delirio de las enloquecidas pupilas
ausente descubro la paciencia de la materia.


miércoles, 7 de enero de 2009

El catálogo del mago







Todo es nube de azares nuevos
a elegir con el dedo del catálogo del mago.

Los hay de mucho aparato, explosivos,
cohetes de colores con aromas de Persia;
los hay venturosos y amables
dispuestos en hileras, etiquetados
por la mano de la bella auxiliar egipcia
con hermosos jeroglíficos muy pulidos.

Hay sirenas de largas piernas con zapatos de tacón,
otras de grandes ojos neutros, fríos de verde hielo
que te alargan folletos de mares blancos de rocío;
anuncian cereales asombrosos sobre campos de adoquín,
otras cantan en silencio armonías sin patrón.

Hay enanos de dos metros que prometen oro y plástico
por un precio muy barato, sumisión e ir vestido.
Son simpáticos, muy vistosos, vestidos de satén.

La clave de un paraíso,
abracadabra, sin serpiente ni pasión
donde la lluvia moja y calienta el sol.
Un conejo con chistera asegura la navegación
por los ríos más azules hacia la luna y más.

Alubias mágicas, vitaminas, sobres de telepatía,
el sudario del profeta, juventud de cinco lustros,
almas nuevas y cápsulas de resurrección.

Frascos de maravillas, prodigiosos cosmos diminutos
con peanas de ébano e instrucciones en papel.
Hay un chino que recita a Homero en latín
y si le escuchas, dice, comprenderás tus pensamientos.

Es difícil decidirse entre los tejuelos de plata
de los libros del saber traídos de Alejandría
que se leen al revés; encíclicas, epopeyas que juran ciertas
por una gota de sangre que firme el colofón.

Al final me he decidido por el lingote de bronce
con la estampa azul y negra del laberinto vacío.


viernes, 2 de enero de 2009

La voz que cuelga despacio










La voz que cuelga despacio
sobre la inercia del valle
palabras apacibles al reposo de los tilos
me habla de esencias anónimas
invariables en el tiempo.

Es precisa en lo más puro, limpia,
única en el tono, suave como un aceite.

Se acuesta entre mis hombros
sobre el pecho, con un efecto que es tacto
de vegetal apunte.

Son de ámbar las palabras, transparentes
amanecen organismo sin cuerpo
sistema de sustancias casi líquidas en tránsito
por acequias que son caudal y cauce.

Beben, pájaros y liebres, el agua que ya es palabra
y se acuestan en mi pecho, y no distingo.