miércoles, 24 de diciembre de 2008

Sonetos al limón












Morado y verde limón

estaba el poniente, madre.
Morado y verde limón
estaba mi corazón.

Juan Ramón Jiménez

¿Cuántas estrofas como esta podemos hacer en un minuto?

Rojo y verde melón
estaba el oriente, padre.
Rojo y verde melón
estaba mi corazón.

Hay alguna diferencia de sustancial calidad sobre la anterior?
Hay alguna diferencia de sentido sobre la anterior?
Genera una nueva emoción sobre la anterior?


Es como las croquetas, más o menos gordas pero croquetas a fin de cuentas.

Pienso sobre el soneto y las rimas obligadas. El soneto tuvo su sentido culto que hoy resulta a mi entender anacrónico precisamente por la extensión de lo culto a las personas. La poética no tiene un perfil inamovible, como no lo tiene la estética que se conjugan con la marcha de las sociedades evolucionado en paralelo con las divergencias y convergencias naturales de algo en movimiento. Una exposición parlamentaria con la retórica de Castelar sería primera página en los diarios, y no aportaría nada mejor a su entendimiento que su propio contenido.

Un soneto creo que es la forma más impersonal de hacer poesía, ya que se presta al juego de los rompecabezas; esto es, sustitúyase: “clara albina” por “fresca lubina”; “mandarina” por “mandolina”; “persiana por “palangana” y así sucesivamente hasta conseguir el efecto pasmoso deseado.

Por si acaso doy con estas palabras una equívoca impresión, digo que por debajo de Quevedo nadie; o sea, que tengo claro que sé qué es un soneto en el que se dice lo que se quiere decir. Muy diferente es lo que se dice a contramano de lo que la formula obliga hasta llegar a un resultado con más o menos acierto.

Hoy la poesía no necesita del soneto, no es necesario, y por extensión ninguna pauta que restringa la frescura de la creatividad para abatir, ensalzar, emocionar, o perseguir el pensamiento.

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