miércoles, 28 de enero de 2009

Ocupemos el planeta










La consigna imperante en el éter, por encima de cualquier otra, dice: “Volvamos a la naturaleza”.
En todos los casos de acción humana subyace una cláusula de estigmatización contra quienes incumplen con el respeto debido al Planeta.
La realidad se manifiesta clara ante el resultado de miles de años de civilización. Aguas, atmósfera, tierras, se han visto afectadas por las manifestaciones humanas en transformación continua. Freeman Dyson, científico al que le tengo un prudente respeto y una prudente distancia, dijo hace años con respecto a los recursos disponibles en el planeta que “parece como si nos hubieran estado esperando” para poder llevar a cabo las aplicaciones mecánicas y energéticas del desarrollo. Con esta idea insinúa la mano de un creador que ha provisto la despensa para unos seres vivos que proyecta ocupen valles y montañas, ríos y mares, atmósferas y vacíos. Me resulta una concepción que, si fuera así, supondría la justificación absolutoria por tomar lo que en la despensa se nos brinda, sin procurar una restitución compensatoria, y sólo hasta dónde las posibilidades nos permitan en conciencia y conocimiento. Mi opinión es muy distinta, la especie se ha adaptado en base a lo disponible y ha dado utilidad y función generando así una visión de despensa bajo demanda según ha ido necesitando en su imaginario intelectual, respecto a lo social, lo cultural y lo emocional. Sea cual sea el misterio del origen no cabe duda de que la merma del Planeta es patente.

La tecnología es propia de la especie, desde la ingeniería del lenguaje a la física cuántica. Y, ahí, o nos paramos o admitimos sin culpabilidad el movimiento continuo. Me disgustan las imágenes que contemplan al Planeta como un “ser vivo”, las voces catastrofistas que amenazan con la respuesta del planeta a las acciones de la especie en modos apocalípticos, y, más las que pretenden generar culpabilidad causal de nuestras acciones frente a posteriores generaciones. Estas imágenes intelectuales conllevan una carga de apreciación errónea ya que asignan un fin a nuestra especie consecuencia de un viaje eterno hacia lo desconocido. Premios y castigos.

En qué momento debería la especie haber tomado conciencia de estos hechos que hoy nos preocupan al estar frente a nuestros ojos. No es una pregunta, ya que no tiene respuesta, porque está mal formulada. No hay momento cero en la conciencia de la especie más allá del momento que marca la inestabilidad en los premios y castigos, ahora no intelectuales, y sí puramente de proceso económico. Depredadores y herbívoros. La transacción ya no es tú me das yo te doy. Ya no hay equilibro suficiente para mantener en constante ascenso una economía de producción y consumo satisfactoria a todos los humanos sin contemplar un proceso de mínimos que conjugue todas las entidades de la especie sin restricción alguna. Ahora, sin remedio, los grandes depredadores deberán pedir ayuda a los herbívoros. Y, los herbívoros deberán adoptar en sus mentes una fortaleza universal con la que eludir la presión que sin duda ejercerán - y ya la están ejerciendo - los grades depredadores para crearles una conciencia estúpida en la que ellos, los herbívoros, a fin de cuentas aparecerán como los culpables de la falta de hierba. Lo peor puede amanecer como una nueva historia natural con lo salvaje domesticado a favor de lo feroz.

Yo propongo “ocupemos el planeta”, y eso sí; desarrollemos un conocimiento intenso de sus acciones, desgaste y consecuencias para tratarlo como lo que es, un sistema en continuo proceso de cambio ajeno a la voluntad humana sobre el que evidentemente esa voluntad actúa, pero, siempre además. A este sistema, planeta, le quedan unos cinco mil millones de años antes de que inicie otro proceso en el que no cuenta con nosotros. O sea, debemos superar a la naturaleza en sus ciclos de tal modo que la diferencia entre lo natural y lo artificial no sea. Un bolígrafo es tan natural para la actual generación como una brizna de hierba. Nada que sale de la creatividad del ser humano es menos natural que un átomo de carbono.

Tal vez lo más propio y vertebral de la especie sea la imaginación, el poder de abstracción sobre lo concreto hacia lo improbable, lo invisible, lo nunca sucedido. Ahora más que nunca, cuando la ciencia despliega toda su potencia a favor del equilibrio con los vértigos del desequilibro a cada lado de la senda; ahora más que nunca necesitamos de la potencia intelectual de los artistas y los poetas. De los creadores sin objetivo, de los príncipes del sueño estelar, para entusiasmarnos entre todos con la vida que viene cargada de la dramática maravilla del magma que crea y destruye.




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